Hay algo muy especial en el mar, no sé que es, pero desde que tengo memoria es una de mis mayores fuente de inspiración, siempre estuvo en todos mis dibujos de una u otra manera, amo los deportes acuáticos; él (el mar) es aquel que ha oído todas mis quejas y súplicas, que ha estado cuando reí y llore, no sé que me pasa cuando estoy cerca del mar, pero es ahí cuando me doy tiempo para ser yo misma. No tengo que mantener este paro de niña fuerte e indestructible, soy sólo yo.
Es grande, es profundo y bajo, es azul (mi color favorito), es salado, me encantan todos sus animales, hasta las aguamalas, y una de las propiedades que más me gustan, el mar refleja. Me veo (o me ves?), pienso, existo, me analizo, ¿cómo me siento realmente? Nunca he sido tan buena para contar problemas como para oírlos, o cuando algo me pasa y molesta no me gusta hablar de eso, tampoco demostrarlo, prefiero arreglarlo yo (como si eso fuera posible), o en fin aguantarlo hasta que me pase, el tiempo todo lo puede, pero el mar escucha y olvida, nadie guardará secretos mejor que él.
¿Será eso a lo que llaman Dios? Yo no soy de las que cree que hay un Dios con pinta de humano sentado en una silla orbitando la tierra interfiriendo con la señal del satélite de DIRECTV, pendiente de quien se bautizo, quien no, quien cumple los mandamiento, quien no, los sacramentos, ir a misa, ropa adecuada, reza antes de dormir, ayuda al prójimo, cumple con las virtudes, etc, etc, etc; en fin todos los miles de requisitos que las iglesias han puesto para vivir la vida “religiosamente”. Sí creo que existe algo, pero no sé que es. Sé que el “Dios” en el que yo creo no mandaría a un niño al “limbo” porque no lo bautizaron, y todavía no sé a qué se refieren con “limbo”.
Sé que si pudiese ver a Dios me produciría la misma sensación que el mar, esas ganas de poner en la balanza lo bueno y lo malo que he hecho, ¿estoy conforme con mi vida?, ¿pude haber hecho más?. Sé que si conociera a Dios sería un “hombre” justo, sería alguien que antes de mostrar indiferencia interfiere para que haya justicia (¿karma?), sé que no me juzgaria pero me haría ver las cosas que yo no puedo ver por mis propios medios. ¿Qué dirá Dios de mí? O ¿El mar, que dirá de todas las veces que me he desahogado a orillas suyas? ¿Será que lo he hecho bien? Que vergüenza. Pero hasta yo necesito de “alguien” que me escuche.
Nada se compara con esa sensación de grandeza y libertad que produce, o cuando estás a 30 metros de profundidad y volteas hacia arriba y no ves la superficie, es otro mundo donde nada molesta, donde no tengo que luchar contra nada, donde todo está bien, donde nada ni nadie depende de mi, no hay obligaciones ni responsabilidades, donde no he cometido errores y sólo hay peces perfectos, rayas lindísimas y cualquier cantidad de seres vivos a los que no le importa que hago o dejo de hacer. Creo que este es mi cielo, si yo me muriese ahora me gustaría que “el cielo” fuese así.
Sólo tengo una conclusión… Dios refleja.
Grace M.
Es grande, es profundo y bajo, es azul (mi color favorito), es salado, me encantan todos sus animales, hasta las aguamalas, y una de las propiedades que más me gustan, el mar refleja. Me veo (o me ves?), pienso, existo, me analizo, ¿cómo me siento realmente? Nunca he sido tan buena para contar problemas como para oírlos, o cuando algo me pasa y molesta no me gusta hablar de eso, tampoco demostrarlo, prefiero arreglarlo yo (como si eso fuera posible), o en fin aguantarlo hasta que me pase, el tiempo todo lo puede, pero el mar escucha y olvida, nadie guardará secretos mejor que él.
¿Será eso a lo que llaman Dios? Yo no soy de las que cree que hay un Dios con pinta de humano sentado en una silla orbitando la tierra interfiriendo con la señal del satélite de DIRECTV, pendiente de quien se bautizo, quien no, quien cumple los mandamiento, quien no, los sacramentos, ir a misa, ropa adecuada, reza antes de dormir, ayuda al prójimo, cumple con las virtudes, etc, etc, etc; en fin todos los miles de requisitos que las iglesias han puesto para vivir la vida “religiosamente”. Sí creo que existe algo, pero no sé que es. Sé que el “Dios” en el que yo creo no mandaría a un niño al “limbo” porque no lo bautizaron, y todavía no sé a qué se refieren con “limbo”.
Sé que si pudiese ver a Dios me produciría la misma sensación que el mar, esas ganas de poner en la balanza lo bueno y lo malo que he hecho, ¿estoy conforme con mi vida?, ¿pude haber hecho más?. Sé que si conociera a Dios sería un “hombre” justo, sería alguien que antes de mostrar indiferencia interfiere para que haya justicia (¿karma?), sé que no me juzgaria pero me haría ver las cosas que yo no puedo ver por mis propios medios. ¿Qué dirá Dios de mí? O ¿El mar, que dirá de todas las veces que me he desahogado a orillas suyas? ¿Será que lo he hecho bien? Que vergüenza. Pero hasta yo necesito de “alguien” que me escuche.
Nada se compara con esa sensación de grandeza y libertad que produce, o cuando estás a 30 metros de profundidad y volteas hacia arriba y no ves la superficie, es otro mundo donde nada molesta, donde no tengo que luchar contra nada, donde todo está bien, donde nada ni nadie depende de mi, no hay obligaciones ni responsabilidades, donde no he cometido errores y sólo hay peces perfectos, rayas lindísimas y cualquier cantidad de seres vivos a los que no le importa que hago o dejo de hacer. Creo que este es mi cielo, si yo me muriese ahora me gustaría que “el cielo” fuese así.
Sólo tengo una conclusión… Dios refleja.
Grace M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario